El sudor brillaba en la piel de Westcol, cada músculo de su cuerpo tenso y listo para el golpe. Lo observaba desde la esquina del ring, mis ojos oscuros ardiendo con una mezcla de deseo y desafío. El ring, normalmente un escenario de violencia, se había transformado en un lecho de seda roja, las cuerdas ahora suaves cintas que invitaban al tacto.
Westcol se movía con la agilidad de un felino, sus puños trazando arcos en el aire, pero yo no retrocedía. Me acerqué, mi cuerpo curvilíneo deslizándose entre las cuerdas, mi mirada fija en los ojos de Westcol. La tensión en el aire era palpable, una mezcla de adrenalina y deseo.
Tomé la iniciativa, mis manos deslizándose por el torso de Westcol, sintiendo la dureza de sus músculos bajo la piel sudorosa. Lo besé con pasión, mis labios encontrando los de él en un choque de deseo. Westcol respondió con la misma intensidad, sus manos aferrándose a mis curvas, tirándome hacia él.
El ring se convirtió en un escenario de pasión, nuestros cuerpos entrelazándose en un baile de deseo. Los golpes se transformaron en caricias, la violencia en pasión. Westcol besó mis pechos con pasión y deseo, sus labios succionando mis pezones, su lengua lamiendo mi piel. Yo cabalgaba sobre Westcol, mis gemidos llenando el aire, mis uñas marcando la espalda de Westcol.
El clímax llegó como un golpe devastador, una explosión de placer que nos dejó sin aliento. Me desplomé sobre Westcol, mi respiración agitada, mi cuerpo temblando con la intensidad del orgasmo.
Desperté con un jadeo, mi cuerpo aún temblando por la intensidad del sueño. Mi mano se deslizó hacia abajo, encontrando la humedad que atestiguaba la realidad de mi deseo. Una sonrisa se dibujó en mis labios, una mezcla de satisfacción y anticipación.