
Rosa Negra de Medellín, su voz grave susurrando en mi oído.
Aunque era la primera vez que pisaba Medellín y cada rincón me parecía un descubrimiento. El aroma embriagador del café colombiano recién hecho se mezclaba con las notas dulces del vino tinto, y la música, una fusión de bolero y electrónica, me envolvía en una atmósfera única. Medellín vibraba afuera, un caleidoscopio de luces y sonidos, pero aquí, en este pequeño oasis, el tiempo se detenía. Vestida con mi vestido negro corto y mi fiel sombrero, jugaba a perderme en las palabras, intentando capturar la esencia de esta ciudad que me fascinaba, pero mi atención estaba en él.
Desde la mesa de enfrente, un hombre mayor, atlético y de traje impecable, sostenía un vaso de whisky con la seguridad de quien domina cada espacio que pisa. Su presencia era imponente, como la de un «paisa» de pura cepa, acostumbrado a imponer su ley. Me mordí el labio, sintiendo un calor exquisito recorrerme. Me gustaban los hombres así: firmes, seguros, deseables. Y él lo era.
Dejé que mi imaginación volara mientras deslizaba la pluma. Me imaginé su voz grave susurrando en mi oído: «Llevas toda la noche mirándome, pequeña». Mi piel se erizó al imaginar el roce de sus dedos por mi muslo desnudo, la tensión entre nosotros volviéndose insoportable. En mi fantasía, me sujetaba con fuerza, sus labios exploraban cada centímetro de mi piel, su respiración densa me envolvía. Lo quería, y lo quería ya.
Alcé la vista. Me estaba observando. Sus labios apenas se curvaron en una sonrisa, como si reconociera el juego. Con una calma estudiada, arranqué la hoja de mi libreta, me puse de pie y caminé hasta su mesa. Dejé el papel frente a él y me incliné ligeramente.
—Léelo —susurré, dejando que mi voz destilara promesas, con el acento cantarino de la ciudad que ya empezaba a contagiarme.
Tomó el papel, recorrió cada línea con los ojos y, al terminar, me sostuvo la mirada. Una chispa oscura brilló en su expresión.
—No suelo rechazar un buen desafío, muchacha.
El escalofrío de anticipación recorrió mi espalda. Mi imaginación estaba a punto de convertirse en realidad, en el corazón de la vibrante Medellín.
Un paseo corto, y subimos a su apartamento. La vista desde el balcón nos daba una panorámica completa de la ciudad. El interior, moderno y minimalista, me dio una sensación de que este hombre era muy organizado, y con un toque de sofisticación. La pasión nos consumió, un torbellino de besos, caricias y susurros. Me entregué con una intensidad que me dejó sin aliento, mis ojos oscuros brillando con deseo y entrega. La noche se desvaneció entre gemidos y suspiros, mientras nuestros cuerpos se entrelazaban en una danza de placer.
El amanecer lo encontró solo. La luz dorada se filtraba por las cortinas, iluminando la habitación con una calidez suave. Me había ido, sin dejar rastro, excepto por la rosa negra que yacía sobre la almohada. Sus pétalos aterciopelados contrastaban con la blancura de la sábana, un símbolo de mi rechazo, de que él no era el elegido.
Dejé esa rosa, como un mensaje silencioso. Un recordatorio de que no todos los desafíos merecen ser ganados.
