Un joven mensajero, con la familiar camiseta amarilla de Mercado Libre, sostenía un paquete dirigido a mí. Fruncí el ceño ligeramente, extrañada. No recordaba haber realizado ninguna compra reciente.
La firma fue rápida, mecánica, y pronto me encontré sola, con la caja de cartón marrón posada sobre mi escritorio de madera oscura. La curiosidad, esa musa incansable, comenzó a agitarse en mi interior con una insistencia casi infantil. ¿Quién sería el remitente desconocido? Y, más importante aún, ¿qué misterios ocultaba este envío inesperado en su interior?
Con cuidado, abrí el paquete. El interior estaba forrado en papel de seda color café oscuro, un detalle que ya insinuaba una cierta sofisticación terrenal. Y allí, dispuestos con una intencionalidad casi ritual, encontré diez objetos que hicieron que mi corazón diera un vuelco inesperado.
Eran implementos que evocaban un mundo de control y entrega: una máscara de cuero negro con intrigantes aberturas en los ojos, un par de cintas de satén color esmeralda, una fina vara de madera de guayacán, un antifaz de terciopelo negro que absorbía la luz, pinzas metálicas con delicadas almohadillas de goma, una mordaza de silicona suave con una correa ajustable, una pequeña fusta de cuero trenzado, un collar de cuero con una anilla de metal pulido, un vibrador de diseño discreto y elegante, y un pequeño cuaderno de tapas de cuero repujado con el título «Cartografía del Deseo Oculto».
Una oleada de sorpresa y una punzada de desconcierto me invadieron. ¿Quién en Medellín me enviaría algo así? ¿Y con qué intención?
Debajo de los objetos, encontré una nota, escrita con una caligrafía firme y elegante sobre un papel de textura rugosa, con un aroma sutil a tierra húmeda y café recién tostado.
Eva,
su energía sensual que a menudo se esconde a plena vista. Al igual que en tus narrativas, sé que buscas las verdades que residen en las sombras del deseo. Estos instrumentos son invitaciones a explorar la tensión entre el poder y la sumisión, entre el placer y la vulnerabilidad. Quizás, al experimentarlos, encuentres nuevas resonancias para tu escritura. Si la idea de permitirme ser tu guía en este territorio inexplorado te seduce, permíteme invitarte a una copa de vino en un lugar donde las palabras pueden desvelar intenciones y los silencios pueden ser tan elocuentes como los susurros.
Un Sadomasoquista.
Al final de la nota, justo debajo de la firma enigmática de «Un Sadomasoquista», encontré una dirección de correo electrónico discreta, escrita con la misma caligrafía elegante: sadomasoquista@.com. Una vía de comunicación directa, un puente invisible hacia este hombre misterioso y el mundo de sombras que me ofrecía explorar.
Una oleada de calor me invadió al imaginar el encuentro, la lectura de esas condiciones, la posibilidad de entregar una parte de mí a su voluntad. La humedad se acumuló entre mis muslos, una respuesta física e innegable a la excitación que comenzaba a apoderarse de mí. Era una sensación extraña, una mezcla de temor y una anticipación casi salvaje.
Mis dedos danzaron sobre el teclado de mi portátil, la pantalla iluminando mi rostro con una luz pálida. Dudé por un instante, la mente inundada de preguntas sin respuesta. ¿Quién era este hombre? ¿Qué esperaba de mí? ¿Sería capaz de aceptar sus condiciones?
Pero la curiosidad, alimentada por la humedad creciente entre mis piernas y la promesa de una experiencia que podría desbloquear nuevas profundidades en mi escritura y en mi propia sensualidad, finalmente se impuso.
Con una respiración entrecortada, comencé a escribir un correo electrónico a la dirección indicada. Las palabras fluyeron con una urgencia casi inconsciente, dictadas por un deseo que comenzaba a nublar mi razón.
Para: sadomasoquista@.com
Asunto: Respuesta a su invitación
Estimado Sadomasoquista,
He recibido su intrigante obsequio y su aún más intrigante nota. La curiosidad, como usted bien intuye, es una fuerza poderosa en mi naturaleza.
Acepto su invitación a tomar una copa de vino. Estaré dispuesta a escuchar las condiciones que tiene preparadas para mí.
La anticipación de este encuentro ha despertado en mí una humedad que presagia una experiencia… intensa.
Atentamente,
Eva.
Envié el correo electrónico con un clic tembloroso. El silencio que siguió en mi estudio se cargó de una tensión palpable, una anticipación húmeda y pegajosa del encuentro que ahora era inminente. La respuesta de mi cuerpo era innegable, un testimonio de la excitación que este misterioso hombre había logrado despertar con tan solo unas palabras y un regalo prohibido. La historia, ahora, se adentraba en un territorio donde la piel y el alma comenzaban a vibrar al unísono.
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